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Edición por Perla Camacho Camarena
A Gustavo Casahonda y Omar Montes
-¿Cuál es el número?
-Siete, toca el siete.
-¿Sí, buenas tardes?
– Bu, bu, buenas tardes, ¿está Gustavo?
-Este no es el timbre correcto, toca el trece.
-Muchas gracias.
-Pinche Beto.
– Ja, ja, ja. Ya, toca el trece.
-¿Quién?
-Güey, ya llegamos.
-Va, les abro.
Al escuchar la chicharra de la puerta de la privada nos dirigimos a la casa de Gustavo y entramos por la puerta de abajo, es decir, por el acceso que te introduce directamente a la sala. Como siempre, nos acomodamos en el cuarto de esparcimiento, habitación contigua a la sala, que embellecida con un sillón largo de cinco plazas y una especie de barra de cantina funcionaba como el lugar perfecto para el chismorreo, la holgazanería, la degustación de bebidas alcohólicas y el análisis de la amplia escena del rock.
-Trajiste los discos, preguntó Gustavo con inquietud.
-Sí, aquí los traigo, respondió Beto sacando un bonche de cidís de su mochila.
-¿Qué trajiste? Pregunté entusiasmado.
El In Utero de Nirvana, el Pablo Honey de Radiohead, el Ten de Pearl Jam, el Wish de The Cure, el Circo de la Maldita y el Vasos Vacíos de los Cadillacs, iban a ser parte del repertorio del día de hoy.
-¿Cuál quieren escuchar primero? Preguntó Casahonda, mientras se aproximaba al modular con los discos en los brazos.
-Pues podemos empezar con la Cura, ya ves que el Guma es súper fan del Robert Smith, dijo Beto con seguridad.
-Simón, afirmé con emoción. Casa, pon la nueve, la de A Letter to Elise. O si prefieres la dos, High.
-Ay, perro, es la edición importada, mínimo debe ser B52 en el Mixup, mencionó Gus con el arte del disco en la mano.
Justo cuando Casa cambiaba manualmente el cidí, apareció en escena su hermano mayor, Eduardo.
-¿Qué pedo pinches maricones? Saludó exaltado Eduardo.
Sin darnos tiempo de contestar, se precipitó hacia nosotros conectándonos patadas en las pantorrillas.
-¿Quién de ustedes se tomó con el idiota de Gustavo mi botella de whiskey Cutty Sark, el viernes pasado? Preguntó el hermano de Gustavo, visiblemente disgustado.
-¡Yo no fui, Eduardo! Respondió Beto, atemorizado. El viernes… el viernes pasado no me paré por aquí.
-¡Entonces fuiste tú pinche Guma! Exclamó Eduardo con sed de venganza.
-Perdón Eduardo, es que ese día ya no teníamos lana para las chelas y se nos hizo fácil, susurré arrinconado en el extremo más alejado del sillón.
-La primera se las pasé, cabrones. Por eso escondí el whiskey. Pero de verdad que parecen perritos detectores de alcohol. Lo que necesitan ustedes es una buena madriza, vociferó Eduardo con enorme irritación.
En ese momento, comencé a balbucear cosas incompresibles. Acto seguido, al estilo de Jimbo y de Nelson, Eduardo me sujetó del cuello y con respiración acelerada me advirtió: la próxima vez que se acerquen a mis pomos me los voy a madrear chingón. Me vale madre si llega mi mamá o vienen sus jefas a reclamarme. ¡¿Entendido?!
-Ya, déjalo, clamó Gustavo con preocupación.
Eduardo observó su reloj, soltó mi cuello y abandonó la habitación, no sin antes despedirse con otra dosis de patines bien puestos.
-Ya se fue, advirtió Gustavo después de asomarse por la persiana de la ventana.
-No manches, sí me dolió la primera patada, -manifesté sobándome el tobillo izquierdo con ambas manos.
Enseguida pusimos manos a la obra y comenzamos a buscar por todos lados los pomos de Eduardo. Al cabo de treinta minutos de labor infructuosa, sugerí explorar el exterior de la casa. Esta vez, después de limpiar prácticamente todo el jardín, los resultados fueron los mismos.
-Ni una pachita nos dejó el pinche Eduardo, dijo Beto claramente fastidiado.
-Pues hay que hacer la vaca para ir a comprar algo, propuse con resignación.
-Yo pongo cincuenta varos, exclamó Casahonda mostrando un billetote de cincuenta nuevos pesos.
-Ahí van mis cincuenta cacaos, mencionó Beto seleccionando de un montoncito, cinco monedas de diez pesos.
-Yo también pongo cincuenta, expresé con determinación en tanto sacaba unos billetes arrugados de los bolsillos de mi pantalón que de inmediato alisé sobre la mesa de centro de la sala.
*
-Sigo pensando que el Use You’re Illusion II está más chicles que el primero, afirmó Tavo con aspavientos.
-Aunque tiene algunas rolas de relleno, el primero también está chido, sostuve sin perder de vista el flujo de los coches que avanzaban en dirección a periférico.
-Hubiera estado chido sacar un solo álbum con las rolas más chingonas de ambos discos, apuntó Beto con voz conciliadora.
-Después del vocho rojo cruzamos, exclamé incitando a Casa y a Beto a cruzar la avenida velozmente.
Al llegar a la puerta principal del súper, una chica veinteañera de mediana estatura se nos acercó para recibirnos con mucho entusiasmo.
-Hola chicos, ¿ya conocen el súper? Preguntó la chica mostrándonos una sonrisa sin nada de artificialidades.
Sin darnos tiempo para contestar afirmativamente, la muchacha continuó con un discurso memorizado: deben saber que Mega Comercial Mexicana Olivar es el nuevo modelo de supermercados impulsado por el Grupo la Comer para ofrecerle a nuestros clientes una amplia gama de productos en una superficie nunca antes vista en el país.
-Sí, ya conocemos el súper, hemos venido unas tres veces desde su inauguración, apuntó Casa con cierto desdén, introduciéndose en la tienda.
Nuestra primera escala fue al departamento de deportes. Beto inmediatamente tomó la mascota de cátcher y se puso en cuclillas. Gustavo agarró un bat de aluminio y comenzó a medir su swing. Yo tomé un guante y saqué de una cajita una pelota Palomares. Estuvimos jugando al toque de bola hasta que uno de los elementos de vigilancia nos invitó a desprendernos de los productos deportivos.
Después de colocar en el carrito una bolsa grande de Pizzerolas y otra de Crunch Tato’s a las brasas[1], nos dirigimos a la sección de vinos y licores. Si bien le echamos ojo a las promociones, nuestro estrecho presupuesto nos llevó a comprar una “Bazuca”. Un túnel de plástico transparente de mediana rigidez que contiene en su parte central una botella de tequila de muy baja calidad, con latas de refresco sabor toronja en ambos extremos.
Al llegar a la caja número tres nos tomó por sorpresa uno de los eventos más especiales de nuestras vidas. Detrás de una pareja de la tercera edad que se encontraba en la línea de pago, estaba formado, nada menos y nada más, que nuestro ídolo de ídolos, Saúl Hernández, vocalista y compositor de la banda de rock nacional, Caifanes. Cuando distinguimos que la persona que se encontraba enfrente de nosotros era Saúl, comenzamos a experimentar una intensa sensación de nerviosismo. Sumamente inquietos por su presencia, ninguno de los tres sabíamos cómo encarar esta situación. A sabiendas de que sólo teníamos unos cuantos minutos para hablar con él, con voz temblorosa y tímida pregunté: ¿Saúl?
Como quien escucha un sutil murmullo, Saúl volteó hacia donde estábamos nosotros, prácticamente por reflejo.
-¿Saúl? Pregunté esta vez con mayor determinación.
-¿Qué pasó bandita? ¿Cómo están? Respondió Saúl afablemente.
Al notar que no éramos capaces de articular palabra alguna. Saúl intentó mantener el diálogo. ¿Qué onda carnalitos, ustedes a qué se dedican? ¿Estudian o chambean?
-Somos estudiantes y fans de la banda, consiguió responder Casa, claramente conmovido por la situación.
-Qué chido, bandita. Entonces acaban de salir de vacaciones, ¡Qué chingón! Expresó Saúl mientras recargaba la palma de sus manos en los hombros de Tavo y de Beto.
Al darme cuenta de que la cajera estaba a punto de entregarle el ticket de compra a la pareja septuagenaria, algo en mí me impulsaba a realizar una pregunta. No quedaba tiempo, en cualquier momento la cajera llamaría a Saúl para cobrarle un par de productos que no alcanzaba a distinguir. De pronto encontré la fuerza suficiente y atiné a preguntar: Oye Saúl, ¿a qué equipo le vas?
-¿Cómo que a qué equipo le voy? Pues a la Máquina, soy cementero de corazón, contestó el líder de Caifanes.
-Carnalitos, los dejo, se despidió Saúl estrechando nuestras manos con calidez y pagando su ticket de compra.
Acto seguido, nos quedamos boquiabiertos y atolondrados por lo que acababa de acontecer. Después de algunos segundos, ante las miradas de Gus y de Beto, comencé a gritar con euforia desmedida: ¡No mames, le va al Cruz Azul! ¡Saúl le va al Cruz Azul!
Beto y Casa, fieles seguidores de los Pumas me miraban con envidia al tiempo que pagaban la compra.
-No manches, no lo puedo creer, además de que es bien sencillo le va a la Máquina, mencioné con una sonrisa de oreja a oreja.
-Güey, se portó bien chido con nosotros. Y no es nada mamón, apuntó Casa al atravesar avenida Toluca.
**
Todo el camino de regreso Beto no expresó comentario alguno. Pero al llegar a la casa de Gustavo externó su punto de vista. De repente, me dio cierta envidia la simpatía de Saúl hacia el Cruz Azul, pero después de un momento reflexión, pienso que las divisiones futbolísticas tienen un sinsentido estúpido e irrelevante. No manches, conocimos al mejor compositor del rock nacional y la neta es la pura ooonda, sentenció Beto emocionado.
-No me vuelvo a lavar la mano derecha, ¡la tocó Saúl! Subrayó Casa con enorme dramatismo.
Después de esta expresión, los tres nos abrazamos y gritamos en una sola voz: ¡A huevo!
-Por Saúl, grité mientras alzaba mi vaso de tequila preparado.
-¡Salud! Gritamos al unísono, chocando nuestros vasos jaiboleros.
-Casa, saca los discos de los Caifas, pedí con firmeza.
-Están en el mueble, respondió Gus, indicándome con la mirada las puertas del muebla negro de la sala.
Cuando puse “Te estoy mirando”, Beto se dejó llevar y empezó a bailar y cantar.
Por su parte, el anfitrión, comenzó a hojear su agenda telefónica.
-Esto lo debe de saber todo el Possenti, dijo Gustavo acercándose al teléfono de disco.
Mientras charlaba con Gaby y con Perla acerca de lo ocurrido, de manera extravagantemente teatral, Casa le daba frecuentes caladas a su cigarrillo.
Sólo su mamá fue capaz de separarlo del auricular.
-Tavo, no puede ser que lleves tanto tiempo en el teléfono, la última vez el recibo llegó altísimo, protestó la mamá de Casa.
En el éxtasis de la reunión, durante un lapsus de lucidez, hice alusión a la frivolidad con la que encaramos el encuentro con Saúl.
-No manches, en lugar de preguntarle a Saúl sobre su mejor composición o acerca de la salud de la banda, no puede ser que sólo le preguntáramos: ¿a qué equipo le vas? Expresé con total sinceridad.
-Estábamos bien pinches nerviosos, nos quedamos como estatuas. Precisó Beto.
-Es verdad, le hubiéramos preguntado otra cosa. Pero no me importa, ¡no me vuelvo a lavar la mano! Exteriorizó Casa ensimismado.
Lo cierto es que a medida que la botella de tequila se consumía, la excitación aumentaba al ritmo de los tres álbumes editados por los Caifanes. De hecho, cuando los refrescos de toronja se terminaron y aún sobrevivía poco menos de la mitad de la botella, no tuvimos otra opción que mezclar el tequila con las lechitas de los desayunos del DIF que la mamá de Casahonda guardaba para sus alumnitos.
Por Saúl, la tarde y la noche se convirtieron en una auténtica ofrenda a la mejor banda de rock del país.
[1] Nota dirigida a la mazapán generation. Crunch Tato’s fue una marca de papas fritas distribuida en México en los primeros años de la década de los noventa por Sabritas. Esta línea botanera ofrecía papas fritas con sal, papas fritas sabor jalapeño toreado y papas fritas con un dejo a las brasas. El sello fue perdiendo terreno con su rival directo, las papas Chip’s de Barcel.
“Si quieres experimentar el amor,
córtale la cabeza al miedo”
Rumi
El irremediable tema de conversación de los últimos meses ha sido la pandemia. Hablamos con nuestra familia o amigos y nos ponemos al día en las noticias más recientes sobre vacunas, contagios, primeras, segundas, terceras olas; que si los niños van a la escuela o si siguen aislados, que si te vacunaste, que si no. Nos confesamos nuestros descuidos y rebeldías; nos susurramos esa ocasión en la que se nos olvidó el cubrebocas e improvisamos uno con algún trapo o incurrimos en el pecado capital de la posmodernidad: nos pusimos el cubrebocas de nuestro hijo o marido para bajar al cajero automático o a comprar las tortillas.
Si somos de los que sobrevivieron la covid sin mayores repercusiones, el tono de la plática comienza a girar en torno al hartazgo del encierro; de la política de pánico que estamos viviendo, los medios bombardeándonos las 24 horas con estadísticas lúgubres, con panoramas apocalípticos, tratando de convencernos de que la normalidad-que ya no es nueva-es inevitable si queremos sobrevivir, porque la decisión es vivir o morir y está en nosotros vivir-eso dicen.
Si somos de los que sufrieron pérdidas, no hay discusión, no hay regreso a clases presenciales hasta que todos se vacunen, no hay salidas lúdicas, seguimos en el encierro irrefutablemente.
Pero de lo que poco se habla es de todo lo demás, de cómo nos sentimos más allá del miedo o de los achaques e hipocondría. El miedo suele ser muy invasivo, nos quita las alegrías y las esperanzas, no deja espacio para mucho más que la angustia. Yo me encontré con palabras que nunca habían sido parte de mi vida como depresión, ansiedad, ataques de pánico, tics, inflamación, enfermedad.
En un año y medio de pandemia, ese miedo totalitario me pasó factura. La indiferencia hacia todos los demás aspectos de mi vida me dio un gancho al hígado y perdí el primer round. Sí, el virus ya me atravesó un par de veces de manera leve dejando sutiles daños colaterales que apenas comienzo a entender, pero lo que sí me hizo parar en seco y redefinir mi vida fue todo lo demás, el estrés me propinó una buena golpiza todo este año y medio, hasta que me tiró a la lona.
Así que, el dilema era simple y a la vez complejo: o sigo como voy o hago los cambios necesarios para recobrar la salud. La respuesta obvia era cambiar, hacer ejercicio, mejorar la alimentación, dejar de comer tanto pan, tanta sal, tanta grasa, comer más verduras, caminar más.
Igualmente importante es la salud mental, hay un sinfín de artículos, videos, cursos, clases para aprender a relajarnos y, por otro lado, está la terapia; sin embargo, comúnmente no tenemos idea de lo mucho que puede mejorar nuestra vida este tipo de acompañamiento.
Seamos honestos, para muchos de nosotros la opción lógica de cambiar nuestros hábitos se ha quedado como un propósito de año nuevo incumplido innumerables veces. De hecho, parece extremadamente difícil pensar en cambiar todo aquello a lo que estamos acostumbrados, eso que nos enseñaron de niños, las comidas, las tradiciones familiares, los brindis, levantarnos tarde y, poco a poco, el sedentarismo, la comida chatarra, el azúcar, el estrés y la apatía hacia tratar nuestra salud mental nos comienza a engullir hacia la dimensión de la enfermedad.
Un día cualquiera, te haces unos análisis porque tu mamá, tu hija o tu esposa te obligó y tienes la glucosa en 170, la presión arterial en 160-100, los triglicéridos en 350 y el colesterol en 400. En un abrir y cerrar de ojos eres diabético, hipertenso o tienes daño renal o hepático o algo así de horrible. Pero no, no fue en un pestañeo, nuestro cuerpo es resiliente, es un sobreviviente, a muchos de nosotros nos permite excesos y venenos en cierta medida antes de declararse en huelga.
Ante la enfermedad, debemos tomar una decisión que, idealmente, nos tuvimos que haber planteado antes de enfermar: es hora de cambiar.
Cuando a mí me llegó el momento decisivo ni siquiera lo pensé, simplemente lo hice. Comencé terapia psicoanalítica, empecé a comer bien, inicié una leve práctica de ejercicio físico y tuve una certeza, producto de una lucidez absoluta: hay herramientas que los humanos hemos descubierto, teorizado, ensayado y perfeccionado para hacer estos viajes a la salud más eficientes.
No estamos solos, nuestros antepasados nos pusieron en bandeja de plata mecanismos para mejorar numerosos padecimientos, de esos que está en nuestras manos evitar. Me refiero a diferentes tipos de terapias, alimentación, medicinas tradicionales, hierbas, disciplinas, etc. No todo está en manos de la alopatía. En próximos artículos iré compartiendo métodos probados para facilitar esta transición hacia una mejor calidad de vida.
El aprendizaje que me queda de este camino sinuoso de enfermedad y salud pandémicos es que el miedo enferma y que nunca es tarde para tomar la decisión de mejorar nuestra salud. Vale la pena.
Edición por Perla Camacho Camarena
Después de la suspensión de todas las actividades deportivas, incluido el béisbol, en 2020 a causa de la pandemia, este año ha sido de gran relevancia para el béisbol yucateco a nivel profesional y amateur.
Los Melenudos
Empecemos por los cuatro veces campeones de la Liga Mexicana de Béisbol, los Leones de Yucatán. Hoy se sitúan en la final de la zona sur por sexto año consecutivo, después de un inicio incierto en esta campaña, que los llevaría a relevar a su entrenador y a traer como interino al flamante miembro del Salón de la Fama, Francisco “Chico” Rodríguez. Los hoy dirigidos por el dominicano Luis Matos, quien tomó las riendas del equipo después del interinato del “Chico”, estarán enfrentando a los Catedráticos, Los Diablos Rojos del México, dirigidos a su vez por el expelotero de grandes ligas, Miguel Ojeda, en una contienda a ganar 4 de 7 juegos. Aunque los de la Ciudad de México salen como favoritos, no se puede descartar a los Melenudos, ya que cuentan con jugadores de gran garra como el antesalista Alex Diddi, el bateo siempre oportuno de Luis “Pepón” Juárez, y un gran cuerpo de pitcheo encabezado por Yoanner Negrín, quien crece en los partidos más importantes. Después de haber eliminado a los Olmecas de Tabasco, Los Leones se tendrán que traer del infierno por lo menos un triunfo para poder rematar la serie en la cueva, el estadio Kukulcán Álamo.
Les daré a conocer los pormenores del cuarto partido de la serie desde la cueva. Suerte para nuestros Leones de Yucatán.
Primer yucateco en debutar en Grandes Ligas.
El 30 de julio de este año, sin lugar a duda, va a pasar a la historia del béisbol yucateco, ya que el pitcher oriundo de Umán, Yucatán, Manuel Rodríguez Caamal, se convirtió en el primer beisbolista yucateco en debutar en “La Gran Carpa”.
Manny, como los narradores estadounidenses le llaman, entró al relevo en la octava entrada ante los Nacionales de Washington. Vistiendo el jersey número 39 de su equipo, los Cachorros de Chicago, retiró en orden la parte baja del octavo inning dominando a Tres Barrera con fly a la tercera para después recetar chocolates a Gerardo Parra y a Carter Kieboom, respectivamente. Con bolas rápidas de hasta 99 millas por hora, el lanzador yucateco lució un gran control y se vio muy sólido en el centro del diamante. A sus 24 años, Manuel tiene un futuro muy prometedor y podría convertirse en pitcher estelar de los Cachorros. Recordemos que después de su debut en la Liga Mexicana con Los Leones de Yucatán en 2016, fue firmado por los Cachorros en 2017, teniendo un brillante paso por las ligas menores con sucursal en Chicago. Tras sus destacadas actuaciones en las menores fue convocado al Juego de Futuras Estrellas.
Enhorabuena para Manny y la comunidad beisbolera de Yucatán.
La novena yucateca sub-20
La noticia que cierra con broche de oro este año beisbolero en Yucatán es el campeonato nacional conseguido por los Indios de Yucatán, dirigidos por el manager Santiago “Huevito” Huchim. El equipo sub-20 se llevó el triunfo 18 carreras a 3 en la final del torneo nacional con sede en Veracruz contra el equipo anfitrión. En un torneo que habitualmente es dominado por los estados del norte de la república, en esta ocasión los jóvenes representantes de Yucatán lo dominaron de principio a fin. Con la destacada actuación en la ofensiva por parte del originario de Halachó, Yucatán, Adrián Rodríguez, y un impecable relevo del dzidzantuense, Julio Toledo Pereira, ganaron el campeonato y con ello la oportunidad de representar a México en el Campeonato Mundial de Beisbol Sub-20 en Miami, Florida en fecha por definir. Es un gran orgullo ver el desempeño de estos talentosos jóvenes, sin duda futuras estrellas del beisbol. Es importante destacar que muchos de ellos ya tienen ofrecimiento de contrato con equipos de la Liga Mexicana de Béisbol. Estaremos muy atentos al Campeonato Mundial para llevar la información a nuestros lectores.
Apuntes para mis hijos
(1806-1857)
Quinta Parte
CARRERA SE RETIRA
Me hallaba yo en este punto cuando en el mes de agosto Uegó la noticia de que Santa Anna había abandonado el poder yéndose fuera de la República, y que en la capital se había secundado el Plan de Ayutla encargándose de la presidencia el general don Martín Carrera. El entusiasmo que causó esta noticia no daba lugar a la reflexión. Se tenía a la vista el acta del pronunciamiento y no se cuidaba de examinar sus términos, ni los antecedentes de sus autores para conocer sus tendencias, sus fines y las consecuencias de su plan. No se trataba más que de solemnizar el suceso, aprobándolo, y reproducir por la prensa el plan proclamado escribiéndose un artículo que lo encomiase. El redactor del periódico que ahí se publicaba me encargó de este trabajo. Sin embargo, yo llamé la atención del señor don Diego Álvarez manifestándole que si debía celebrarse la fuga de Santa Anna como un hecho que desconcertaba a los opresores, facilitándose así el triunfo de la revolución, de ninguna manera debía aprobarse el plan proclamado en México, ni reconocerse al presidente que se había nombrado, porque el Plan de Ayutla no autorizaba a la junta que se formó en la capital para nombrar presidente de la República, y porque siendo los autores del movimiento los mismos generales y personas que pocas horas antes servían a Santa Anna persiguiendo a los sostenedores del Plan de Ayutla, era claro que viéndose perdidos por la fuga de su jefe, se habían resuelto a entrar en la revolución para falsearla, salvar sus empleos y conseguir la impunidad de sus crímenes aprovechándose así de los sacrificios de los patriotas que se habían lanzado a la lucha para librar a su patria de la tiranía cléríco-militar que encabezaba don Antonio López de Santa Anna. El señor don Diego Álvarez estuvo enteramente de acuerdo con mi opinión y con su anuencia pasé a la imprenta en la madrugada del día siguiente a revisar el artículo que se estaba imprimiendo y en que se encomiaba, como legítimo, el Plan de la Capital. El señor general don Juan Álvarez, que se hallaba en Texca, donde tenía su cuartel general, conoció perfectamente la tendencia del movimiento de México: desaprobó el Plan luego que lo vio y dio órdenes para reunir sus fuerzas a fin de marchar a la capital a consumar la revolución que él mismo había iniciado.
A los pocos días llegó a Texca don Ignacio Campuzano, comisionado de don Martín Carrera, con el objeto de persuadir al señor Álvarez de la legitimidad de la presidencia de Carrera y de la conveniencia de que lo reconocieran todos los jefes de la revolución con sus fuerzas. En la junta que se reunió para oír al comisionado y a que yo asistí por favor del señor Álvarez, se combatió de una manera razonada y enérgica la pretensión de Campuzano en términos de que él mismo se convenció de la impertinencia de su misión y ya no volvió a dar cuenta del resultado de ella a su comitente. En seguida marchó el general Álvarez con sus tropas con dirección a México. En Chilpancingo se presentaron otros dos comisionados de don Martín Carrera con el mismo objeto que Campuzano trayendo algunas comunicaciones del general Carrera. Se les oyó también en una junta a que yo asistí y como eran patriotas de buena fe quedaron igualmente convencidos de que era insostenible la presidencia de Carrera por haberse establecido contra el voto nacional contrariándose el tenor expreso del plan político y social de la revolución. A moción mía se acordó que en carta particular se dijese al general Carrera que no insistiese en su pretensión de retener el mando para cuyo ejercicio carecía de títulos legítimos como se lo manifestarían sus comisionados. Regresaron éstos con esta carta y don Martín Carrera tuvo el buen juicio de retirarse a la vida privada quedando de comandante Militar de la ciudad de México uno de los generales que firmaron el acta del pronunciamiento de la capital pocos días después de la fuga del general Santa Anna. Los comisionados que mandó a Chilpancingo don Martín Carrera fueron don Isidro Olvera y el padre del señor don Francisco Zarco. se expidió la convocatoria para la elección de diputados que constituyeran la nación. Como el pensamiento de la revolución era constituir al país sobre las bases sólidas de la libertad e igualdad y restablecer la independencia del poder civil, se juzgó indispensable excluir al clero de la representación nacional, porque una dolorosa experiencia había demostrado que los clérigos, por ignorancia, o por malicia, se creían en los congresos representantes sólo de su clase y contrariaban toda medida que tendiese a corregir sus abusos y a favorecer los derechos del común de los mexicanos. En aquellas circunstancias, era preciso privar al clero del voto pasivo, adoptándose este contraprincipio en bien de la sociedad, a condición de que una vez que se diese la constitución y quedase sancionada la Reforma los clérigos quedasen expeditos al igual de los demás ciudadanos para disfrutar del voto pasivo en las elecciones populares. El general Comonfort no participaba de esta opinión porque temía mucho a las clases privilegiadas y retrógradas. Manifestó sumo disgusto porque en el Consejo formado en Iguala no se hubiera nombrado a algún eclesiástico, aventurándose alguna vez a decir que sería conveniente que el Consejo se compusiese en su mitad de eclesiásticos, y de las demás clases la otra mitad. Quería también que continuaran colocados en el ejército los generales, jefes y oficiales que hasta última hora habían servido a la tiranía que acababa de caer. De aquí resultaba grande entorpecimiento en el despacho del gabinete en momentos que era preciso obrar con actividad y energía para reorganizar la administración pública porque no había acuerdo sobre el programa que debía seguirse. Esto disgusto al señor Ocampo, que se resolvió a presentar su dimisión que le fue admitida. El señor Prieto y yo manifestamos también nuestra determinación de separarnos; pero a instancia del señor presidente y por la consideración de que en aquellos momentos era muy difícil la formación de un nuevo gabinete, nos resolvimos a continuar. Lo que más me decidió a seguir en el Ministerio fue la esperanza que tenía de poder aprovechar una oportunidad para iniciar alguna de tantas reformas que necesitaba la sociedad para mejorar su condición, utilizándose así los sacrificios que habían hecho los pueblos para destruir la tiranía que los oprimía. En aquellos días recibí una comunicación de las autoridades de Oaxaca en que se me participaba el nombramiento que don Martín Carrera había hecho en mí, de gobernador de aquel Estado, y se me invitaba para que marchara a recibirme del mando; mas como el general Carrera carecía de misión legítima para hacer este nombramiento contesté que no podía aceptarlo mientras no fuese hecho por autoridad competente. Se trasladó el gobierno unos días a la ciudad de Tlalpan y después a la capital, donde quedó instalado definitivamente. El señor Álvarez fue bien recibido por el pueblo y por las personas notables que estaban afiliadas en el Partido Progresista, pero las clases privilegiadas, los conservadores y el círculo de los moderados que lo odiaban, porque no pertenecía a la clase alta de la sociedad, como ellos decían, y porque, rígido republicano y hombre honrado, no transigía con sus vicios y con sus abusos, comenzaron desde luego a hacerle una guerra sistemática y obstinada criticándole hasta sus costumbres privadas y sencillas, en anécdotas ridículas e indecentes para desconceptuarlo. El hecho que voy a referir dará a conocer la clase de intriga que se puso én juego en aquellos días para desprestigiar al señor Álvarez. Una compañía dramática le dedicó una función en el Teatro Nacional. Sus enemigos recurrieron al arbitrio pueril y peregrino de coligarse para no concurrir a la función y aun comprometieron a algunas familias de las llamadas decentes para que no asistieran. Como los moderados querían apoderarse de la situación y no tenían otro hombre más a propósito por su debilidad de carácter para satisfacer sus pretensiones que el general Comonfort, se rodearon de él halagando su amor propio y su ambición con hacerle entender que era el único digno de ejercer el mando supremo por los méritos que había contraído en la revolución y porque era bien recibido por las clases altas de la sociedad. Aquel hombre poco cauto cayó en la red, entrando hasta en las pequeñas intrigas que se fraguaban contra su protector el general Álvarez, a quien no quiso acompañar en la función de teatro referida. He creído conveniente entrar en estos pormenores porque sirven para explicar la corta duración del señor Álvarez en la presidencia y en la manera casi intempestiva de su abdicación.